Jose despertó como de
costumbre a las 5 de la mañana cuando escuchó el sonido de su mamá cocinando
mientras se arregla para ir al trabajo. Desde que a papá lo enviaron al cielo,
las cosas en la casa han sido más complicadas, especialmente para ella.
Mientras desayuna, Jose
lamenta tener que ir al colegio al recordar la situación que le aquejó
continuamente durante el año anterior: era molestado por algunos
"chamos" más grandes que él, quienes le amenazaban con
"aplicársela" si llegaba a "sapearlos" con los profesores.
Tal como ocurre le ocurre
con muchas otras cosas y por más que intenta buscar una razón, entender por qué
le molestan está más allá de sus capacidades. Su amigo Indolencio dice que el
chalequeo es algo normal que le pasa a todos, que sirve para que uno se
"ahombre", que nadie te puede ayudar a solucionarlo porque si no
después la agarran con esa persona también y que, uno mismo puede solventarlo
"no parándoles". Las palabras
de Indolencio no le dan mucho consuelo, por lo que decide no darle más vueltas
al asunto y pensar en otra cosa.
Ya vestido y desayunado,
José sale con su mamá rumbo a la
escuela. En el camino, ella le recuerda las recomendaciones de costumbre: no mirar
mucho a la gente en la calle, no ponerse a discutir y no meterse en asuntos
ajenos, "no vaya a ser que a uno le toque una persona que ande armada o
algo". Así le ocurrió a papá - que como dice la abuela - por encontrarse
en el lugar equivocado y meterse a ayudar, le pasó lo que le pasó. Es mejor no
socorrer a los demás para evitarse problemas. De alguna forma, parece que ellas
indican que la culpa fue de su difunto padre y no de quien le arrebató la vida.
Algo similar ocurrió hace
tiempo con un vecino llamado Ramiro, quien por resistirse a entregar su celular
lo malograron. Todos saben que eso no se hace. Más suerte tuvo su primo, a
quien solo le quitaron las cosas sin hacerle nada. Por otra parte, Jose aún no
le encuentra explicación a lo de la hermanita de Belén, quien estaba viendo tele en casa y bueno...
Indolencio dice que fue culpa del padre por dejarla en el rancho sola en vez de
estar con ella. La mejor forma que Jose encuentra para describir todo lo
anterior es comparándolo a como cuando juega con agua y hormigas en las
escaleras: a cualquiera le puede tocar y ellas solo deben procurar seguir
adelante. Las hormiguitas no pueden darse cuenta del origen real de sus
penurias. Nosotros no somos insectos.
En la puerta de la
escuela, su madre le da un beso no sin antes repetirle de nuevo las
recomendaciones de costumbre, además de recordarle que esté preparado a la
salida para que no se demoren mucho y puedan volver a casa temprano: es sabido por
todos que después de cierta hora, la cosa se vuelve peligrosa en el sector que
viven. Mientras se dirige hacia su salón de clase, medita sobre si todo lo que
vive en verdad es tan inevitable como la lluvia, el tener sueño o la salida del
sol. Súbitamente, se topa con sus atormentadores del año pasado, quienes le están
dando “lepes” a Carlitos, un niño flacucho y pequeño. Éste al verle pasar le
implora ayuda con los ojos, ante lo cual Jose solo se limita a ignorarlo y
seguir su camino. Hay una nueva víctima. El nuevo año escolar luce más
prometedor que el anterior.
Carlitos despertó como de
costumbre a las 5 de la mañana cuando escuchó el sonido de su abuela preparando
el desayuno antes de llevarle al colegio. Mientras come, lamenta tener que ir a la escuela al recordar
el episodio del día anterior: se convirtió en el objetivo de chalequeo de unos niños
más grandes que él. Sabe que debe ignorarlos y buscar pasar desapercibido, ya
que con suerte, alguien más llamará la atención de ellos y así le dejarán
tranquilo.
No obstante, Carlitos también
maquina terroríficas formas de convertirse en quien haga temblar a los otros.
La víctima siempre puede convertirse en victimario.
Autor: Miguel A. Reveco M.